jueves, 22 de enero de 2009

El escritor




De pie, junto a la ventana de su despacho, miraba la gente pasar, intentando hurgar en el horizonte, escudriñando cualquier indicio de que ella andaba ahí fuera.
La habitación estaba en penumbra, las sombras jugueteaban unas con otras, al compás del ritmo de aquella pequeña vela, cuya llama parecía indecisa, como si quisiera apagarse en un momento, para volver, un segundo después, a quemar su mecha con todas sus fuerzas.
Todas las luces de la casa permanecían apagadas, solo el halo de su cigarrillo brillaba en la oscuridad, no quería que nadie lo viera, prefería que creyeran que la casa estaba vacía, así cuando ella llegara la tomaría por sorpresa, la ataría, la amordazaría y ya nunca más se iría con otro, solo él sería su dueño, el único que la poseería por toda la eternidad.
Oyó un chasquido en el rellano, se volvió rápido para ocultarse tras la puerta, pero nada rompía el frío silencio, tan solo el palpitar desbocado de su corazón enfermo, nervioso encendió otro cigarrillo, aspiraba su humo como si fuera el bálsamo de la vida.
Su cabeza le gritaba una y otra vez ¿por qué te ha dejado? ¿Por qué si solo has vivido para ella? Tal vez se había cansado de un viejo decrepito como él, encerrado día y noche entre sus libros y sus hojas en blanco.
Hacía cinco días que ella lo había abandonado, desde entonces nada lo consolaba, no dormía, no comía, solo deseaba encontrarla para estar junto a ella, para hacerla suya y demostrarle que no era un perdedor, para que nunca quisiera estar con otro, le haría entender que él y solo él, era su dueño.
Ya había amanecido, se sentó frente a su máquina de escribir e introdujo un folio limpio, respiro muy despacio, mientras movía sus dedos preparándolos para teclear deprisa, a la misma velocidad, que brotaban las palabras en su mente, después de unos minutos se dio cuenta de que no había ideas, ni sentimientos que trasformar en palabras, su mente estaba vacía.
Se levanto con dos lagrimas resbalando por su rostro aterrado, ahora ya no había vuelta atrás, era cierto que le había abandonado, saco una pistola del cajón y volvió a sentarse, escribió con su pluma preferida una nota y la introdujo en un sobre que cerro de inmediato. Un disparo abrió la mañana de golpe… aquel día.
La policía hallo su cadáver, una bala había volado aquella mente en blanco y tan solo un sobre salpicado de sangre había sido testigo de su despedida;

“Desde niño estuve enamorado de ti, la primera vez que te tuve creí enloquecer, por fin eras mía, ahora sin ti, ya no soy nada, mi vida pierde su sentido, me quito la vida por ti, ojala que mi alma pueda volar al Olimpo para buscarte a ti, hija de Zeus, a ti Erato, mi más bella musa del Parnaso”.

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